Felipe Alaiz de Pablo

Felipe Alaiz de Pablo – «Quinet».

«Quinet» fue escrita en la cárcel, esta es la única novela de Felipe Aláiz, autor libertario que se dedicó fundamentalmente al periodismo.

Quinet es un joven de temperamento reflexivo y rebelde que va explicándose sus propios sufrimientos mientras aprende a mirar y nace a la vida responsable.

La obra se escribió, indudablemente, para decir algo. Téngase en cuenta que Dewey afirmó la enorme diferencia que hay entre tener que decir algo y tener algo que decir. Siempre hay algo que decir, pero no siempre hay que decir algo.

Para las «Obras de Felipe Aláiz». No sé si podré superar lo que escribí en ocasión de su muerte, ocurrida en la primavera de 1959.

Decía entonces que con Aláiz había perdido el anarquismo ibérico uno de sus hombres más extraordinarios y, sin adarme de duda, uno de sus mejores escritores. Aláiz no era solamente el mejor de nuestros escritores sino uno entre los mejores escritores españoles de su tiempo. Un hombre y escritor extraordinarios.

Lo extraordinario de este hombre se descompone en múltiples facetas. Extraordinario en todo: en sus virtudes y en sus debilidades.

No se puede decir escuetamente que Aláiz fuese esto o lo de más allá. Sus múltiples variantes obligan a aceptarlo en bloque. Hasta en lo discutible era original, extraordinario, fuera de lo corriente.

Implícita o explícitamente, admiradores y adversarios no dejarán de rendirle homenaje. La misma debilidad no se daba nunca en crudo en Aláiz sino sazonada, atemperada o intemperante, impregnada de graciosa genialidad. Todo era en él fuera de lo común. Hasta el gran conversador que era, amenísimo, irónico, cáustico.

En sus ocurrencias y maledicencias. Se burlaba de los oradores a quienes prefería los aradores; de los mítines «monstruos» («dos veces monstruos»); de los comités («ni comités ni bebités»); de los grupos («ni grupos ni grupas»), de lo farragoso de las reuniones («cuyo único acuerdo es volverse a reunir») y de los Plenos («moriremos en Francia celebrando Plenos vacíos o llenos de viento»). La misma Organización no se libraba de sus haces de flechas, crecido que se hacía en medio de sus irreverencias. Y sin embargo la tenía en el alma y escondía por ella sus lágrimas, como esconde el hombre las suyas para que no desmerezca su virilidad. «Yo he parido a la C.N.T.» solía exclamar con el mismo gracejo que proclamaba en un artículo de «Acracia», en 1936: «Yo tengo el trabuco de Cucaracha». Aludía aquí a un viejo trabuco regalo de los colectivistas de Ballobar, que tenia colgado del respaldo de su silla de redactor.

Sobre la mesa de trabajo, a guisa de pisapapeles, también regalo de colectivistas, había un cuchillo cabritero sobre cuya acerada hoja se leía, en un castellano antañón: «Serbirte es mi deber». Así: «serbirte».

Su monomanía contra los mítines se refleja en esta anécdota:

Invité un día a Aláiz a un mitin que dábamos yo y Conejero en un pueblo de Lérida. Accedió a regañadientes. De regreso a la capital, el coche en que íbamos fue obligado a detenerse en un control a cargo de escopeteros del POUM. Surgió entre los escopeteros y yo una agria discusión que pudo degenerar en tragedia a causa de mi tozudez y el matonismo de los controladores, que no paraban de encañonarnos con el arma. El controlador mayor, un bigardo medio curda, resumió la trifulca disparándome un puñetazo, que yo esquivé y fue a aterrizar en el rostro de Aláiz. Este repentizó como una exhalación: «Lo tengo merecido, por haber asistido a un mitin».

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Felipe Alaiz de Pablo – «Quinet»