Carlos Rodolfo González Pacheco

Rodolfo González Pacheco – «Carteles», «Carteles Tomo I» y «Carteles Tomo II»

Carlos Rodolfo González Pacheco, nació según registra su partida, el 9 de agosto de 1882. Ni alumno modelo ni chico desdichadamente modoso, que hacen la delicia de ciertos padres, su infancia se deslizó traviesamente entre sierras y valles, los de su Tandil natal. De sus travesuras da algún reflejo el cartel “La Plata” y de su contracción a la escuela el cartel “Dolores”: «¡Eran tan tristes las clases! Nos salvamos gracias a esto. Y hoy sabemos que la vida es grande…» Seguramente afecto a la lectura desde la adolescencia, apenas mozo fue ganado por el anarquismo, que imantó para siempre su pensamiento y su vida. Y empezó a hablar a sus copoblanos desde una tribuna lo cuenta era la conferencia “Santa Cruz”, del tomo II a principios del siglo, antes que, si no a escribir, a publicar. Porque debió haber gastado algunas plumas quien lo hacía con tan firmes rasgos desde sus primeras publicaciones. Rasgos titulábase, precisamente, su primer libro, de prosa y verso, editado en 1907. Rasgos eran. Ya colaboraba en nuestros periódicos y pronunciaba arengas en los mitines. Los viejos lo observaban con complacencia; con entusiasmo lo escuchaban o leían los jóvenes. Era un valor nuevo, activo y original. Y, para mejor, propagandista-escritor y orador, no escritor-literato ni orador-divo, que tanto proliferaban entonces entre los avanzados. “Lo que cubría el horizonte, brotaba hasta sobre los mármoles de las mesas, con una fuerza de maciega del trópico, tapando la realidad como una glorieta el sol, era la literatura…” “Todos eran anarquistas; como si escribir fuera, no más, ser eso. Mas no por lo que esta idea, doctrina o temperamento lleva en su tuétano como latido cordial, fiel a la libertad y fervoroso de la justicia, sino por su irradiación externa, disonante, huracanada, épica…” “Os hago gracia del recuento y del recuerdo de cuantos eran entonces dinamiteros del verbo –explica Pacheco en su conferencia sobre Ernesto Herrera–. No hay que ser cruel nunca y hay que creer en la sinceridad de los jóvenes siempre…» «Y en este ambiente falso, verbal, pintado, apareció Herrerita.» Así apareció también Pacheco, en un contraste que los años fueron acentuando. Igual había pasado en España, en la ampulosa y retórica literatura Carteles Rodolfo González Pacheco finisecular, contra la que reaccionó la llamada generación del 98. Pero allá eso no ocurría entre los avanzados, ni menos entre los anarquistas, cuya prosa tomaba diapasón en Salvochea y Lorenzo, en Mella y Tárrida del Mármol, en Prat y Pellicer Paraire, autor este último de las admirables Conferencias Populares sobre Sociología y creador, en Buenos Aires, del Instituto de las Artes Gráficas. A poco lanzaría con Antillí, en San Pedro, Germinal, el primero de la brillante serie de periódicos que dieron, en gran medida; la tónica de la prensa anarquista del país. Y luego La Mentira (órgano de la patria, la religión y el Estado), con Federico A. Gutiérrez (el oficial de policía a quien el viejo Ragazzini había contaminado de anarquismo en sus frecuentes estadas en el Depósito de Contraventores; periodista de talento y buen poeta que había popularizado el seudónimo, Fag Liber, con que firmaba sus colaboraciones en La Protesta y el valioso libro Noticias de policía). Más luego apareció Campana Nueva, con Antillí, al que siguió el vespertino La Batalla (La Protesta aparecía de mañana), promovedor de la gran campaña del Centenario contra la Ley Social y la de Residencia, que soliviantó a los obreros y congregó mitines nunca vistos en la Argentina. Extraordinaria fue también la represión que se desató: cerrojazo general a toda la prensa y las organizaciones nuestras, detenciones en masa, deportaciones, además de las infaltables torturas. Pacheco fue a parar, con muchos compañeros más, al presidio militar de Ushuaia. Sus recuerdos de entonces integran un capítulo de este tomo I. A todo esto, conferencias por todo el país, en plazas, locales obreros y salones. Y controversias. Su verbo acertaba con la vena de lo genuino, ganando en profundidad, eficacia y belleza. Al par, su prosa se iba afinando, al adquirir, con el dominio de la dinámica de su estilo, precisión y serenidad, mayor concisión y más riqueza. La plétora de ideas se echa de ver siempre, remansada ahora en ritmo menos áspero, aunados el pensador y el poeta en el feliz logro. Antes sólo era intensidad; ahora es también dirección, la que “constituye asimismo una fuerza, y no tan sólo la intensidad”, como dice Barrés, citado por Barrett. Así logra sentido y conciencia de su fuerza y, con ella, mayor responsabilidad. Vuelto de Ushuaia, con Foppa sacó Libre Palabra, y después El Manifiesto, con Antillí, que dejó para irse, siempre en propagandista, a México y Cuba, y atravesar el charco hasta España. Estuvo de regreso en agosto de 1914, y entró en la redacción de La Protesta. Antillí, su camarada-amigo de siempre, purgaba desde fines del año anterior una condena de tres años, por la Ley Social, a causa de un artículo sobre Radowitzky, en el cuarto aniversario de su atentado. Terminada en 1916 la condena de Antillí, él y Pacheco reanudaron, con La Obra, la línea de sus notables periódicos. Por esa época, con más intensidad que anteriormente, recorrió el país en jiras de conferencias, con breves descansos entre una y otra y las interrupciones motivadas por el estreno de sus obras de teatro, iniciadas Carteles Rodolfo González Pacheco con Las Víboras, en septiembre de 1916. El 5 de mayo de 1919, a cuatro meses de la “semana trágica”, un edicto policial sobre publicaciones anarquistas las clausuró: La Protesta, La Obra… todas. Pero a menos de tres meses de esa fecha, la gente de La Obra quincenal, con el concurso más activo de Ánderson Pacheco y Bianchi, sacaron Tribuna Proletaria, diario de la mañana nada menos, con el que se libró triunfalmente la batalla contra la desviación de la llamada dictadura proletaria, como se había debelado antes la débil desviación guerrerista y la incursión camaleónica. La actuación de Pacheco fue, en todos los casos, relevante. Y entre campañas de conferencias a lo largo y a lo ancho de la Argentina, viajes a Montevideo en actividad militante y fructuosas jiras a Chile, en 1923, y en 1924 al Paraguay, donde lo sorprendió el ciclón de Villa Encarnación, en el que dio pruebas de su entereza bajo las furias de la naturaleza, como las diera siempre bajo las furias de los sicarios del Estado; entre periódicas detenciones, la más larga bajo Uriburu, que aprovechó para escribir Juana y Juan, y una condena a seis meses, en 1926, por un artículo sobre Wilckens de que se hizo cargo, que no cumplió pues prefirió veranear para no agarrar viaje, mantuvo su colaboración en El Libertario, La Antorcha y otra vez La Obra. ¡Cuán intensa vida en una vida! Y de qué calidad. Al recibir la noticia de los levantamientos rusos de 1905, Reclus exclamó alborozado en su lecho de moribundo: ¡Al fin! No fue entonces. Cuando la revolución española de 1936 –la más grande y profunda tentativa revolucionaria de la historia–, Pacheco partió para España. ¿Al fin? Pero tampoco fue entonces. De su experiencia habla uno de los capítulos del tomo II, fruto de una madurez pletórica y depurada. De allá volvió a reanudar su actividad de siempre, para morir, casi doce años después, años de difícil militancia, el 5 de julio de 1949. Y ahora, con estas ediciones, sus letras vuelven a reanudar la batalla de toda su vida.

ALBERTO S. BIANCHI

Rodolfo González Pacheco nació en Tandil, Buenos Aires, en 1882. Fue uno de los principales agitadores y propagandistas que tuvo el anarquismo, no sólo en Argentina, sino también en sus viajes por México, Cuba, Chile, Paraguay, Uruguay y España. Como orador y escritor se destacó en la síntesis y radicalidad, como también en su prosa, de la ideología. Colaboró en La Protesta e impulsó numerosas publicaciones, entre las más importantes figuran La Obra y La Antorcha, ésta última expresaría la voz de las sociedades de resistencia autónomas a la F.O.R.A., conjuntamente con los compañeros Antillí, Bianchi, Badaraco y Anderson Pacheco, entre otros. Aparte están también sus escritos literarios y teatrales. Sufrió la cárcel y las persecuciones. En España lucho por la Revolución y contra la tendencia del movimiento obrero que la negaba. Murió el 5 de julio de 1949. Editamos aquí dos selecciones, en dos folletos, de sus Carteles correspondientes a los dos tomos que publicó la Editorial Américalee. Lo han llamado últimamente “el santo ácrata”, lo que sin duda le hubiese causado gracia sino rechazo; lo llamamos el compañero González Pacheco.

 

 

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Rodolfo Gonzalez Pacheco – Carteles

 

Rodolfo Gonzalez Pacheco-Carteles Tomo I

 

Rodolfo Gonzalez Pacheco- Carteles Tomo II