Albert Camus

Albert Camus – «El revés y el derecho»

Albert Camus – El revés y el derecho

El revés y el derecho es el primer libro de Albert Camus. Veinte años después de su primera publicación se reedita con un prefacio que le permite al autor reflexionar sobre el anverso y el reverso de la condición humana y de su propia obra.

El revés y el derecho es el primer libro de Albert Camus. Lo escribió en Argelia cuando apenas tenía veintidós años. Se publicó por primera vez en ese país en 1937. No fue sino hasta veinte años más tarde, cuando Camus ya había obtenido el Premio Nobel, que se decidió rescatar la obra para que fuera reeditada y se convirtiera en un libro accesible a todo el público y ya no una reliquia que si se conseguía un ejemplar, era vendido a un precio desorbitado. Camus cita a un lector en el prefacio:

Este libro ya existe, pero en muy pocos ejemplares que cuestan muy caros en las librerías. ¿Por qué solo van a poder leerlo los lectores ricos?

Así todo, la reedición no deja de enfrentarlo a su propia obra, y si esta le incomoda, es mucho más por la forma que por su contenido o espíritu. Camus encuentra en El revés y el derecho un valor testimonial con el que veinte años más tarde se identifica completamente, y una esencia, un espíritu, que lo reafirman como autor:

En cambio, cuando vuelvo a leer, después de tantos años y para esta edición, El revés y el derecho, sé instintivamente cuando me encuentro con determinadas páginas, y pese a las torpezas, que sí que es eso. Eso, es decir, esa anciana, esa madre callada, la pobreza, la luz en los Olivos de Italia, el amor solitario y poblado, todo cuanto da testimonio, desde mi punto de vista, de la verdad.

En la obra de Camus la figura de la madre es esencial. En este libro, que es un conjunto de cinco relatos, la relación madre-hijo se trata en ‘Entre sí y no’ desde una dicotomía que plantea ambas partes por igual, como si una y otra casi ni se diferenciaran: el sentido del mundo en su profundidad al tiempo que la indiferencia o la sencillez. Siquiera dos caras de una misma moneda; más bien, como si ese objeto aplanado se inflara hasta hacerse esfera, se desdibujaran los lados.

En este juego de dos posibilidades, que se proponen como contrarios, como anverso y reverso, pero que acaban dando cuenta del espíritu humano en el sentido que lo entiende el autor, en constante lucha, se mueve todo el libro, incluso desde su prefacio donde, al declarar que la esencia de su literatura está en esta primera obra, recurre no solo a la dicotomía de la luz y la pobreza (muy presente y relevante en todo el libro), sino a otra que reserva al mundo del artista: el resentimiento y el contento:

En cuanto a mí, sé que mi manantial está en El revés y el derecho, en ese mundo de pobreza y de luz en el que viví tanto tiempo y cuyo recuerdo me ampara aún en los dos peligros contrarios que amenazan a todo artista, el resentimiento y el contento.

Según la Real Academia Española, la tercera acepción de «manantial» es: «Origen y principio de donde proviene algo». Si los temas en El revés y el derecho son la infancia, el desarraigo, la extranjería, la orfandad, la madre, la ética, la pobreza y el alma, podemos decir que, efectivamente, el resto de la producción literaria de Camus se desprende de estas primeras ideas, de estas «páginas torpes«, como las califica él:

Pero acerca de la vida en sí, no sé más de lo que digo, torpemente, en El revés y el derecho.

El reverso de la luz

En El revés y el derecho aparece la luz como un elemento crucial, como si de fotografía se tratara. Ya aparece en el prefacio como el derecho del revés, y el revés la pobreza, aunque intercambiándose los lados:

[…] la pobreza nunca me pareció una desgracia: la luz derramaba sobre ella sus riquezas. Iluminó incluso mis rebeldías. Fueron casi siempre, creo poder decirlo sin hacer trampa, rebeldías por y para todos y para que la vida de todos creciera en la luz. […] las circunstancias […] me situaron a media distancia entre la miseria y el sol.

El primero de los relatos del libro se titula ‘La ironía’. Allí se cuentan tres historias, todas sobre la vejez. La soledad en la vejez, la sabiduría en la vejez, el silencio en la vejez, la monotonía en la vejez, la desprotección en la vejez. Tres historias tristes, conmovedoras, que dan cuenta, sobre todo, del trato de los jóvenes hacia los viejos, o del lugar, relegado o pequeño, o incluso acorralado, que le queda al anciano en la sociedad. Pero el corazón máximo del relato está en el final, cuando el narrador, que repasa las tres historias, utiliza esta idea de derecho y revés, o de lados, para hacerlo: la vejez como reverso de la luz:

Una mujer a la que abandonan para ir al cine, un anciano a quien nadie escucha ya, una muerte que no redime nada y, luego, del otro lado, toda la luz del mundo.

En el siguiente relato, ‘Entre sí y no’, la luz vuelve con toda su fuerza, casi incendiando. El narrador está en un café moro y recuerda. El relato empieza hablando de patria. El narrador rememora un raro sentimiento en un atardecer que va dejando el cielo sin luz. La iluminación es fundamental para el clima de este relato:

En un rincón del café, una lámpara de acetileno da una luz inconstante. La iluminación viene en realidad del fuego que arde en lo hondo de un horno pequeño decorado con esmaltes verdes y amarillos. Las llamas iluminan el centro de la habitación y me noto el reflejo en el rostro. […] más allá, las luces de la bahía. Oigo al árabe respirar ruidosamente y le brillan los ojos en la penumbra. […]. Empiezan a girar los faros; una luz verde, una roja, una blanca.

Dentro y fuera, luces y sombras que envuelven al narrador en el recuerdo. Entonces llega al punto de recordar su infancia y su patria, y los lectores recordamos lo que Camus nos adelantó en el prefacio: la luz como reverso de la pobreza (o viceversa, siempre es «o viceversa»). El narrador sigue recordando:

Y heme aquí repatriado. Me acuerdo de un niño que vivió en un barrio pobre. […]. Solo tenía un piso, y no había luz en las escaleras. Incluso ahora, transcurridos tantos años, podría el niño regresar a esa casa en plena noche.

En el atardecer del narrador que sigue recordándose a sí mismo de niño, aparece el recuerdo de los atardeceres de la infancia y el de una ventanita muy pequeña, dos elementos que amenazan con acabar con la luz. Sin embargo, como si en la pobreza estuviera la justicia, el narrador recuerda que de niño alzaba la cabeza y veía el cielo, la porción de cielo que los ficus no le tapaban. Y entonces cae en esta reflexión:

Hay una soledad en la pobreza, pero una soledad que le devuelve su precio a cada cosa.

El narrador regresa del recuerdo al bar del moro, y en la confusión entre pasado y presente, entre exilio y repatriado, es la luz como la luz de un faro, y también la luz de un faro realmente, la única esperanza o indiferencia (dos lados de la decadencia humana):

Y ahora, ¿dónde estoy? […]. Ya no sé si vivo o si me acuerdo. Ahí están las luces de los faros. […] Cierto es que le echo una última mirada a la bahía y sus luces, que lo que sube entonces a mi encuentro no es la esperanza de días mejores, sino una indiferencia primitiva por todo y por mí mismo.

El siguiente relato, ‘Con el alma transida’, es el relato de un extranjero (de nuevo, o siempre). Después de pasar por Praga, donde vive una experiencia opresiva, cercana a la muerte, el narrador de esta historia llega a Italia. Si en los relatos anteriores el reverso de la luz eran la pobreza y la vejez, aquí lo es un poco todo: eso, y hasta la muerte:

En Praga me asfixiaba entre paredes. Aquí estaba ante el mundo y, proyectado en cuanto me rodeaba, poblaba el universo con formas semejantes a mí. Pues aún no he hablado del sol. De la misma forma que tardé mucho en darme cuenta de mi apego y mi cariño por el mundo de pobreza en que transcurrió mi infancia, no había vislumbrado hasta ahora la lección del sol […]. El sol estaba casi en su cenit; el cielo era de un azul intenso y oreado. Toda la luz que de él bajaba rodaba cuesta abajo por las laderas de las colinas, vestía los cipreses y los olivos, las casas blancas y los tejados rojos con el más cálido de los trajes y, luego, iba a perderse por la llanura que humeaba al sol.

El narrador queda tocado por la experiencia traumática de Praga (el huésped de la habitación contigua a la suya es hallado muerto). Entre ese episodio e Italia (derecho y revés), la memoria hace lo que puede:

Por lo demás, me acuerdo con frecuencia de Praga y de los días infames que pasé allí. […]. Tengo entonces que recordar Vicenza. Pero las dos me son caras y me cuesta separar mi amor por la luz y la vida de mi secreto apego a la experiencia desesperada que he querido describir.

Siguen los viajes. En ‘Amor por la vida’ el narrador está en España. Palma, Ibiza… puro sol y luz. Aquí un hombre ama, y es la tragedia máxima: del otro lado de la luz está la amargura y la desesperación, o antes peor, lo peor, la Nada (con mayúscula y cursiva en el original):

Allí se hallaba todo mi amor por la vida: una pasión silenciosa por aquello que quizá se me iba a escapar, una amargura bajo una llama. […]. No eran acciones de gracias lo que podían subirme a los labios, sino esa Nada que no pudo nacer sino ante paisajes agobiados de sol. No existe amor por la vida sin desesperación por la vida.

Y hacia el final del libro, la expresión máxima del derecho y del revés está en el mundo. Estamos en el último de los relatos, el que le da título al libro. De nuevo los recuerdos y las ventanas. La luz y el sol. Del otro lado, lo más complejo: el propio hombre, la caída hacia uno mismo, la existencia. O por ser eso tal vez solo sea lo más obvio, lo único que al final puede ser el reverso de la luz, es decir, la sombra.

Y hete aquí que vuelvo a esos recuerdos. De este jardín que hay del otro lado de la ventana solo veo las tapias. Y esas pocas frondas por las que corre la luz. Más arriba, también frondas. Más arriba aún, el sol. Pero de todo ese júbilo de aire que se nota fuera […] no diviso sino sombras de ramas que juguetean en mis visillos blancos. Y también cinco rayos de sol que vierten con paciencia en la habitación un aroma a hierbas secas. Si llega una brisa, las sombras se animan en el visillo. Si una nube tapa el sol y lo destapa luego, surge de la sombra el amarillo deslumbrador de ese jarrón de mimosas. Basta con eso: un único resplandor naciente […]. Es una tarde de enero lo que me pone así frente al revés del mundo. […] Por doquier una película de sol que podría quebrarse con la uña, pero que le pone a todo una sonrisa eterna. ¿Quién soy y qué podría hacer sino entrar en el juego de las frondas y la luz? […] Si intento alcanzarme, lo hago en lo más hondo de esa luz. Y si intento entender y paladear ese exquisito sabor que revela el secreto del mundo, a quien encuentro en lo hondo del universo es a mí mismo.

El anverso del hombre

En el anverso del hombre, la existencia. Y en la existencia, lo deja muy claro este libro, conviven dos cosas: lo sencillo y lo grandioso.

Y se preguntaba qué pena sentía, y no notaba ninguna. Hasta el día del entierro no lloró, movido por el generalizado estallido de lágrimas, pero lo hizo con el temor de no estar siendo sincero y de mentir ante la muerte. Era un día de invierno hermoso, traspasado de rayos de luz. En el azul del cielo se intuía el frío cuajado de lentejuelas amarillas. Desde el cementerio se dominaba la ciudad entera y podía verse caer el sol, espléndido y transparente, sobre la bahía estremecida de luz que parecía un labio húmedo.

En ‘La ironía’.

Derecho y revés son lo mismo. Como si en este libro todos los caminos condujeran a Italia, la luz lo atraviesa aun cuando nos propongamos leer sus sombras, analizarlo desde el otro lado, ¿qué lado?, ¿cuál es cuál? Lo sencillo y lo grandioso es el mismísimo espíritu humano.

Pues, de esas horas que saco fuera desde lo hondo del olvido, lo que más se ha conservado es el recuerdo intacto de una emoción en estado puro, de un instante suspendido en la eternidad.

-En ‘Entre sí y no’.

Recuerdo y olvido, instante y eternidad… Dicotomías que juegan a mostrar y a esconder lo sencillo y lo grandioso del alma humana. Y la luz de nuevo:

Ella no piensa en nada. Fuera, la luz, los ruidos; aquí, el silencio en la oscuridad. […]. Esos silencios serán constantes en su madre. Él crecerá en dolor. Ser un hombre, eso es lo que cuenta.

La cita anterior y la próxima son de ‘Entre sí o no’, relato que me parece el corazón del libro: el hombre y la madre. En este relato, que es sobre el desarraigo (el hombre es extranjero frente a esa madre silenciosa) se da este punto de intersección entre revés y derecho, esa calma desesperada de la existencia. La Nada de antes pero ante lo que lo es todo: la experiencia fundacional (infancia, exilio, ¡madre!) que acaba en el olvido o la memoria, y si existen ambas, una de las dos nunca acaba.

Y esta noche entiendo que haya quien quiera morir porque, ante determinada transparencia de la vida, nada tiene ya importancia. […]. Así es como, cada vez que me ha parecido que experimentaba el sentido del mundo en profundidad, fue siempre su sencillez la que me trastornó. Mi madre, aquella noche, y su extraña indiferencia.

Y como el libro entero se resume en esa luz, que parecía anverso pero que puede estar de cualquier lado; como esa luz, al fin de cuentas, puede estar encendida o apagada y ya ni importa, porque de todos modos el niño pobre que tiene que subir las escaleras de su casa a oscuras aprendió a hacerlo y sus piernas son mecánicas y tienen la sabiduría de las circunstancias, y como la luz no es más que un faro, que es luz solo a ratos, y gira mareándonos sin dejarnos saber cuál es cada lado, entonces, ‘Entre sí o no’ (disyuntiva que en realidad claro que no existe), lo único importante tal vez sea, como si de fotografía se tratara, una imagen:

[…] ya nada conduce a nada, no parece tener base ni la esperanza ni la desesperanza, y la vida entera se resume en una imagen. Pero, ¿por qué quedarse en eso? Sencillo, todo es sencillo; en las luces de los faros, una verde, una roja, una blanca; en el frescor de la noche y en lo olores de ciudad y de sórdida pobreza que me llegan. Si esta noche lo que regresa hacia mí es la imagen de cierta infancia, ¿cómo no dar acogida a la lección de amor y pobreza que puedo sacar de ella? Ya que esta hora es como un intervalo entre sí y no, dejo para otras horas la esperanza o el asco de vivir. Sí, recoger solo la transparencia y la sencillez de los paraísos perdidos: en una imagen.

Si queda una última cosa por decir, siempre es sobre el amor. Y si cabe una última «contradicción», quiero pensar en que, como ya sabemos, lo sólido se desvanece en el aire, y en ese destino cruel de la materia está la tragedia del deseo sin objeto al que se refiere el anteúltimo de estos relatos («[…] a partir de entonces, horas robadas a la vida… es decir, al tiempo del deseo sin objeto». En ‘Amor por la vida’). Tragedia que me lleva a pensar en una obra de Federico García Lorca escrita apenas cuatro años antes que El revés y el derecho, aunque estrenada en la década del cincuenta (misma década en la que se reedita este libro de Camus) por razones de censura y muerte. Allí está la tragedia del deseo y del amor, la tragedia de lo humano. La tragedia máxima:

No es tu engaño lo que me duele. Tú no eres nada. Tú no significas nada. Es mi tesoro perdido. Es mi amor sin objeto.

–En ‘Así que pasen cinco años’, Federico García Lorca.

 

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Albert Camus – El reves y el derecho. Discurso de Suecia

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